El Ticuí

¿Recuerdas Macondo? El calor es igual de insoportable y el sol te quema hasta la raíz de los vellos púbicos. Ese es el Ticuí, Guerrero. Y si pasas algún día por ahí, entenderás que para los melancólicos y los viejos provincianos el resplandor de un lugar paradisiaco culmina con la ruina y la miseria emocional de su gente, de sus tierras y de sus jacales... ese es el Ticuí...¿Recuerdas Macondo?

domingo, enero 28, 2007

Martell y su nariz.



Mario Martell llegó con un leve retraso a la delegación de la Procuraduría General de la República para presentar una denuncia contra Roberto Marín Torres, hermano del gobernador Mario Marín.
La incertidumbre y el miedo al desistimiento se hicieron presentes, hasta que pasados 40 minutos de la hora acordada, descendió de su automóvil con pasos lentos y dolidos.
Una venda cubría su nariz.
Las ojeras, la hinchazón y su tez púrpura reflejaban la resaca del marinismo que vivió la noche anterior.
Vestía una camisa mal lavada de mezclilla añeja.
Un jeans rancio y holgado por falta de detergente.
El mismo peinado que ha utilizado en los últimos 34 años.
Abrazado de su novia y mirando al suelo.
***
Éramos una treintena de personas esperando su llegada.
Había de todo: reporteros, amigos, conocidos, miembros de organizaciones no gubernamentales, defensores de los derechos humanos, colados, alumnos de la Upaep, catarinos, fotógrafos, jefes de información, abogados, orejas de gobernación y hasta el hijo de una escritora muy famosa.
Era viernes, de invierno, soleado.
El señor de las papas vendió como en mitin priista.
***
Cuando vi a Mario Martell llegar a la PGR, no vi otra cosa más que dolor.
El rostro de Mario Martell —con quien hasta hace unos meses gastábamos las horas en un café, en un antro, con unas chelas, con unas memelas o con una película— reflejaba confusión, indignación y mucho dolor.
De ese arde.
De ese que nace para quedarse ahí.
***
Guardaespaldas de Roberto Marín le rompieron la nariz a Mario Martell, cuando éste intentaba entrevistar al hermano incómodo del góber.
Guaruras de Roberto Marín le rompieron la nariz a Mario Martell, cuando éste intentaba hacer su trabajo como reportero.
Guarros de Roberto Marín le rompieron la nariz a Mario Martell, cuando éste intentaba preguntarle al hermano del gobernador sobre su nuevo cargo en el PRI.
¡Le rompieron la nariz!
***
El madrazo que recibió Martell se reflejaba en su rostro morado.
Su cara estaba hinchada.
Sus ojeras excitadas.
Sus ojos explotados.
Martell no sonrió, ni llegó a platicar con nadie.
Saludó a unos cuantos y presentó su solicitud para interponer su denuncia.
Algunos reporteros lo entrevistaron.
Su voz seca.
Seria.
Ronca.
Pensé que lloraría en la primera entrevista.
***
Mario Martell es uno de los mejores cronistas de Puebla.
Como todo periodista: es un huevón, ateo, borracho, idealista, tragón y depresivo.
Repudia la injusticia.
Le da hueva su periódico.
Le caga decidir.
Le encantan las fiestas, pero se queda dormido.
No tiene trajes, los tiene que rentar.
Le apasiona escribir para su blog.
Le encanta leer.
Y un día, en el Congreso lo confundieron con un manifestante de Xoxtla.
Es buen amigo.
O como diría Zeus, uno de sus mejores amigos: es buena bestia.
***
Y cómo va.
No estás solo Mario.
Rompámonos la madre, pues.
















viernes, enero 19, 2007

Chabela, la de los pescados

Era otoño y los vientos tropicales azotaban el puerto de Acapulco.
Era octubre, a mediados para ser exactos.
Días antes de que años después azotara “Paulina” el puerto de Acapulco.
Nació Isabela, entre hojas secas y solanos desorientados.
Rumoran que esa fue la razón de su extravagancia.
Isabela, perdía todo antes de tenerlo.
Olvidaba todo antes de saberlo.
Decía todo sin abrir la boca.
Veía todo sin entender absolutamente nada.
Estaba ahí, viviendo en otro lugar emancipada del sol pacífico.
Isabela, nadie la llamó así nunca.
Ella nunca se enteró que ese era su nombre.
Chabela, le decían, Chabela.
Cuando Pepe vio por primera vez a su hija Isabela, supo que ella no hablaría con hombres, que ella sólo al mar entendería.
Y lo supo por sus ojos. Negros, pequeños e indiferentes.
Porque eso sintió su padre al verla, su padre pescador, hijo de pescador y nieto de pescador.
Por las madrugadas, Chabela subía al cayuco y acompañaba a su padre a la pesca.
No hablaba con nadie.
Sonreía nada más y acariciaba a los pescados.
Y cada mañana de sus primeros treinta años de vida, no hizo más que sentarse en el cayuco de su padre.
Hasta que por una tifoidea la dejó sola en el puerto de Acapulco.
Sola, sin cayuco, sin pescados y sin su padre.
Chabela se cansó de buscar a su padre en los cayucos del puerto.
Chabela se cansó de hablar con el mar.
Y ahora, después de sentarse en un cayuco ajeno, se aleja de la playa en busca de su padre en otro lugar.
Chabela visita todas las mañanas la colonia Progreso, del puerto de Acapulco.
Y toca todas las puertas que se le atraviesan para preguntar una sola cosa:
“¿Y los pescados?”
La gente de la colonia Progreso cierra sus puertas cuando la ven llegar, hartos de la loca esa.
Cuando Chabela sube la colonia, los niños gritan:
“Ahí viene Chabela, la loca”
“Chabela, la de los pescados”.

martes, enero 16, 2007

Maravillosos

No sabía qué escribir para empezar el año.
Pensaba ennumerar mis días sobrios.
Mis sórdidas visitas a un jacuzzi.
Mis cigarros incontables.
Mis orgasmos pulsantes.
Pero, no me gusta hablar de mis intimidades.
jajaja.
Empecemos, pues.