La estaca, el sapo y la culpa.
Creo que muchas personas importantes en mi vida, no han sido tomadas en cuenta en esta madre de blog y de blof… por eso pa ustedes…
Yo no me sabía bien la rola.
Que si la sapa
Que si la rana…
No Selene, dijeron ellos, y como diría pepito, el hijo menor de Margarita Argüelles: “así no va”
Cómo sea, aquel 25 de diciembre sobre la carretera de Acapulco Diamante, Iván sonrió o se burló de mí al escucharme tarararear… taka, taka, taka, taka…
Entonces, Charlie, después de reventarse un pedo cantó:
“¿qué culpa tiene la estaca? si el sapo salta y se ensarta… taka, taka, taka… (…)”
Ah.
¿Qué diferencia no?
“¿qué culpa tiene la estaca? si el sapo salta y se ensarta… taka, taka, taka… (…)”
Total, esa rola…“¿qué culpa tiene la estaca? si el sapo salta y se ensarta… taka, taka, taka… (…)” por encima de Chico Ché que la interpretó en sus mejores años, fue la causante de una sonrisa del hombre más serio que conozco… Gracias al tabasqueño y a mi pésima memoria y mi casi nula habilidad y talento para cantar… él sonrió.
Entonces…
“¿qué culpa tiene la estaca? si el sapo salta y se ensarta… taka, taka, taka… (…)”
Anda, Iván… déjame arrancarte otra sonrisa…
¿Y la historia?
Ah, de veras…
Esa es la historia, de un sapo convertido en sapa, de vez en cuando en rana, de la estaca que sólo se escuchó decir taka, taka, y la culpa, ¿de quién fue?.
De Chico Ché…
Del pedo de Charlie…
De mi pésima manera de cantar…
De la vieja camioneta…
De la carretera Acapulco Diamante…
¿Y Charlie?
Él, Charlie, mi primo, de mis consentidos, él.
Pelea con su soledad. Frustración. Dolor. Encierro.
Iván, también.
¿Y yo? En las mismas. Por eso nos queremos. Por eso los silencios entre los tres los entendemos… nos queremos. O al menos lo intentamos.
¿Y la rana?
Era sapo…
¿Ajá y el sapo?
Ah pos él tuvo la culpa no la estaca, porque… “¿qué culpa tiene la estaca? si el sapo salta y se ensarta… taka, taka, taka… (…)”
Por eso cada vez que escuche esa canción, por el resto de sus días y de los míos, y de los tuyos, me acordaré de aquel 25 de diciembre sobre la carretera Acapulco Diamante con destino al mar.
Con destino a mi miedo y al dios.
Al mar.
Como cada 25 de diciembre y el fútbol.
Como cada navidad con los Ríos.
Al mar. No la playa.
Al mar.
Insaciable. Donde todos, al término del partido se meten al mar a echarse la última miada de la tarde. Mientras yo y mi puto romanticismo eufórico, insulso y egoísta contempla con tus siete sentidos como el sol es devorado por la ola invisible del mar del pacífico. Allá por Acapulco.
Donde la lujuria y el alcohol. Yo no.
Pa ustedes… que tanto quiero.
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