El Ticuí

¿Recuerdas Macondo? El calor es igual de insoportable y el sol te quema hasta la raíz de los vellos púbicos. Ese es el Ticuí, Guerrero. Y si pasas algún día por ahí, entenderás que para los melancólicos y los viejos provincianos el resplandor de un lugar paradisiaco culmina con la ruina y la miseria emocional de su gente, de sus tierras y de sus jacales... ese es el Ticuí...¿Recuerdas Macondo?

lunes, julio 11, 2005

Síntesis.

Es inicio de otro verano, entre lluvias y calores exagerados. Es medio año de un año más, y el asfalto prorroga sus pasos.

Medio día del medio año, un paradero, un puesto de periódicos, una tanda de automóviles, unos hombres caminando, un parque céntrico recién poblado.

Es la esquina en el Paseo Bravo, no es otra más, no confundas las esquinas.
Se detiene mi vehículo.
Un anciano con un babero que sentencia la marca fatal de un medio local en pleno declive: Síntesis, está en la esquina de la esquina del Paseo Bravo.
El carmín de un objeto electrónico que controla los motores citadinos ha explotado enfrente de mi paso.
El anciano espera la respuesta del rojo en el semáforo.
Hemos reaccionado.
Estamos detenidos.
La tanda de automóviles está varada en la esquina de la esquina del Paseo Bravo.
El anciano aprieta los periódicos entre sus arrugadas y morenas manos.
Está a punto de dar el primer paso para bajar al suelo ya tantas veces arrollado por las llantas de carros.
Pero lo duda.
No da el paso.
Mira el semáforo.
Sigue en rojo.
Y entonces, cruza la pequeña frontera entre la calle y el parque.
Se acerca a los carros.
Sus pasos son lentos.
Sus respiros escasos
Puedes oler su miedo, desde el interior de tu automóvil.
Los años que ha vivido le sobran en sus lacios cabellos blancos.
Sin dudarlo sonríe al dar el último paso antes de encontrar mis ojos en el interior del automóvil.
—Buenos días señorita ¿Síntesis?
—…
Me he quedado helada.
Sus ojos arden de necesidad y sufrimiento
Sus labios sonríen
Sus ojos brillan en la opacidad de su reflejo.
Levanta el diario local de la marca fatal en declive y me lo coloca en la cara.
Y vuelve a sonreír.
—No gracias.
Vira la mirada hacia el semáforo.
Me regala otra sonrisa.
Sus ojos agradecen mi rechazo.
Sonríe.
Vuelve a la esquina de la esquina de Paseo Bravo.
El semáforo ha dado la señal.
Es verde.

Silencio

Silencio. El diablo está por llegar.
Silencio. Satán acaba de entrar.


Hay dudas en el aire y las tijeras persisten en desgarrarme mis respiros. Son las 10 de la mañana, ya la fiesta terminó, pero mi aliento aún sabe a moscas enterradas y mis venas siguen saturadas de alcohol.

He vaciado mis olores en la juerga circense de una noche atropellada, y los gemidos placenteros de un ebrio que cogía no me dejan respirar.

Ya el silencio se ha quebrado tras el vaivén del lago de enfrente. Ya las almas inconscientes han corrido a su lugar.

Es ridículo y patético que esté aún de pié.


Faltan ansias por subir y matarte a escupitajos.

Más vale que guarde la escena en la penumbra del asqueroso rincón de mi escaso cerebro. A veces, cuando resbalo en la mierda de los sueños humanos, la veo de cerca y la puedo tragar.
Sólo esta vez, y no habrá demás.