El Ticuí

¿Recuerdas Macondo? El calor es igual de insoportable y el sol te quema hasta la raíz de los vellos púbicos. Ese es el Ticuí, Guerrero. Y si pasas algún día por ahí, entenderás que para los melancólicos y los viejos provincianos el resplandor de un lugar paradisiaco culmina con la ruina y la miseria emocional de su gente, de sus tierras y de sus jacales... ese es el Ticuí...¿Recuerdas Macondo?

martes, diciembre 28, 2004

Trás un caracol tres letras: Lía

Lía.
Tres letras.
Mujer.
Simplicidad.
Complicidad.
Confusión.
Lía.
Con L de dolor
Lía.
Mujer.
Rómpeme.
No tanto más.
Rompiste mis ideas.
Mis ideas. Un día y las esfumaste.
Lía.
Mujer.
Me enamoraste, lo sabes.
La gente no me entiende. Me enamoré de ti como una loca.
Tú de mí… tal vez.
Yo de ti no lo niego.
No me importa.
Tus muñecas.
Tus letras…inquietas. Tus letras, las mías. Se quedan, se van.
A ti, a mí. Las letras. Tu nombre.
Tu vida.
Tu manera de vivir.
Tus ojos. Tus uñas.
Te vomito si no te veo.
Me indigestas lejos.
Me confundes.
Un volcán, ni tiempo, ni historia. Tú y un volcán.
Ixtazíhualt.
Mujer aunque dormida, mujer.
Tú: inquieta de las letras en adelante; quieta de tu iris para dentro.
Lía me enamoré de ti y de tu vida.
Te quiero ahí tan cerca para olerte, tan lejos para no romperme.
Cerca y olerte. Lejos y no romperme.
Lía.
Mujer y un caracol.

lunes, diciembre 27, 2004

Condenaste mis diciembres

El estómago casi me asalta la garganta.
Otra vez diciembre.
Otra vez huele a ti.
Condenaste mis diciembres.
Mis eneros, mis febreros, mis marzos, mis abriles, mis mayos, mis junios…
Condenaste mi existencia.
Sobretodo los diciembres.
Imposible ver la luna llena varada sobre Tixtla sin recordar tu nombre, tus manos, tus axilas.
Ese viento frío, húmedo de diciembre…carajo huele a ti.
Tú aliento.
Tus ojos viéndome el cabello.
Tus manos posadas en tus caderas.
Otra vez diciembre, otra vez tú.
Y yo sin ti.
Y tú sin mí.
Hoy te vi.
Te dejaste crecer el cabello.
Estás más delgado.
Impregnaste con tu aliento la tienda de Levis.
Sonreíste al verme.
Aunque no se si de burla o complicidad.
Te ignoré o ¿acaso yo también sonreí?
Caminé sobre la plaza de las armas y olía a ti el zócalo de la capital.
A ti huele diciembre.
A tu aliento, a tus manos, a tus ingles.
Desde ti, mis diciembres son tuyos.
Desde tí, espero ansiosa los diciembres para olerte y sentirte otra vez.
Diciembre, Chilpancingo, tu sonrisa... mi vida... la luna. Diciembre. El frío. Las ansias. La melancolía. Diciembre.
Diciembre, tú, yo.
Nada más.
Más...nada.

Parada sobre la azotea

Terminaba de llover, aún olía a tierra mojada, el lodo en las calles... yo sobre la azotea...

Unas niñas jugando a la cuerda, mientras cantaban “Chango, chango, date la vuelta, chango, chango, alza un pié...”

Las calles de la colonia frías, solas, sólo se escucha el canto de las niñas, sus pies contra la banqueta y, la tierra absorbiendo el agua.

Yo, seguía de pié en la azotea del edificio, sentía el aire húmedo que llega después de la lluvia.

El cielo limpiándose, haciendo a un lado las nubes ya flacas y vacías que habían llegado dos horas antes a vomitar su líquido sobre la ciudad.

Un tenue rayo de sol atraviesa los árboles del parque de enfrente.

La gente comienza a salir de sus casas

Las ventanas comienzan a abrirse.

Son las seis de una tarde de septiembre.

Ya quedó atrás el día de la independencia, ya las banderas tricolores han sido guardadas y una que otra ahí yace olvidada por sus dueños.

La calle empedrada y lodosa aún está empapada.

Las flores del jardín del edificio comienzan a reaccionar de la lluvia, mientras otras intentan no ahogarse ante el torrencial de agua que las atacó minutos atrás.

Yo sigo parada frente a la calle enlodada y aún húmeda.

Continúo escuchando “Chango, chango date otra vuelta, chango, chango, el otro pie”.

Siento el aire entre mis senos desnudos frente a los árboles del viejo parque ya no tan solitario.

Mi saliva sabe dulce, no recuerdo que probé, tal vez es el sabor del semen aún fresco entre mis piernas.

Sigo de pie en la azotea.

Viendo sin ver.

Pensando en nada y en ayer.

Mis manos huelen a tequila añejo, mis hombros a vómito.

Entiendo, pero no quiero entender.

Hoy perdí mi virginidad.

Sigo de pie en la azotea del edificio 189 de la calle 13 en la colonia Nápoles.

Comienza la vida en la enlodada y aún húmeda calle 13

Es 1998 del mes de septiembre

Mis senos desnudos sienten el fresco aire que corre en la azotea.

Y las niñas soltaban ya la cuerda.

Otro tenue rayo de sol atraviesa las ventanas del viejo edificio de gobierno que está a lo lejos.

Pensaba sin pensar, oía sin oír, sentía sin sentir.

Sabía que era el saludo y la despedida.

Yo también soltaba la cuerda

No era más mujer

Mi bikini rosa con dibujos del pato Donald lucía ridículo entre mis nalgas.

¿qué me dolía más?

¿la vagina o el orgullo?

Un hombre me vio sudar, me vio sufrir y me hizo gozar

Mi vagina había sido probada, tentada, seducida.

Y yo seguía de pie en la azotea del viejo edificio.

Mis senos desnudos sentían el aire.

No quería sentir, pero algo más había entre nosotros, entre el viento y yo.

No sólo se colaba entre mis axilas y mis piernas

El aire me penetraba de nueva cuenta, pero ya no dolía más.

El sol se enfureció

Sin permiso de nadie, salió a agredirme la espalda, la nuca, las pantorrillas aún desnudas después del folklore taciturno

Las niñas sentadas arrojaban piedras a los charcos y celebraban la salida del sol.

La lluvia quedó atrás

Y con ella mi niñez, mi inocencia... mi virginidad

No jugaría más a la cuerda

Pero hace años lo había decido ya

Sigo de pié sobre la azotea y mis senos desnudos se han excitado de nueva cuenta

El sol deja de agredirme y me abraza con su resolana

Los árboles me sonríen

El cielo se abre como mi vagina lo hizo unas horas antes

Perdí la flor interna que ni yo valoré

Mi rosa tierna ha sido desflorada, sólo queda el polen, el tallo, y yo sonrío

Mi clítoris se erecta otra vez

Mis pezones quieren ser mordidos otra vez

Mi vagina está más húmeda que la calle 13

Me escurre más sudor de ansias que agua de las ventanas del edificio 183

Y llega el arcoiris y con ella la desesperación

Un calor encendido eriza los bellos de mis brazos, de mis pechos, de mi estómago y de mi pelvis

Me muerdo los labios

No quiero entender

El sabor dulce de mi lengua
Los labios de mi vagina chocan entre sí

Pegajosos, piden más

Sigo de pie sobre la azotea, el viento escurre entre mí

El sol evaporó mis dudas

Dejé de ser niña, entonces seré mujer

Ya solté la cuerda

Ya no jugaré más a la cuerda

Sonrío

Entiendo

La calle 13 tiene colores otra vez

Mi calzón rosa del pato Donald entre mis nalgas es sexy, pero ya me estorba

Viro la mirada

El arcoiris me recorre las axilas y el ombligo

Me eleva

Floto sobre la azotea

No hay mar cerca, no hay más miedos entonces

Mis senos desnudos sienten el aire

Mi vagina desprotegida siente el viento, pero no es frío

Entra ya caliente en mi interior
Me penetra y lo disfruto

Mis dedos recorren mis pezones, los jalan

Mis dedos recorren mi estómago y mi pelvis se estremece

Mi dedo entre mi boca se humedece

Con una sonrisa perversa desciende hasta mi clítoris

Y comienza a hacer círculos sobre él

Y se humedece solo esta vez

Y me siento

Y me siento

Y hoy me hice mía, ahí de pie sobre la azotea.



Me cambiaron por unos puros

Querida Karina:

Hace meses que no cotorreo contigo, esta carta te la mando desde Chilpancingo. He estado bien, dice mi vecina doña Susana, la que vendía quesadillas de tortilla cruda que bajé de peso, aunque no le creo, tal vez sí. Me dejé crecer el cabello y se me enchinó.
Te mando esta carta porque hace unos días un hombre cuyo nombre guardaré en el anonimato por su seguridad y por la mía, ya sabes la esposa, me dejó por unos puros.
¿Tú creés? unos puros, dice él que eran cubanos y que estaban buenísimos.
Unos pinches puros, y cuando el pinche cancer lo mate quiero ver si me sigue cambiando por unos puros.
Lo que no supe es que si eran de esos delgaditos o de esos gordos.
Unos puros.
Provocan cáncer.
Tapan los pulmones.
Unos puros cubanos.
Grandes y gruesos, o chicos y delgados que se yo.
Sólo supe que fueron unos puros y de Cuba.
Él me explicó que además fue una grabadora con cd.
Pero eso es lo de menos.
Unos puros.
Me cambiaron por unos puros comadre.
Lo piorsísimo es que yo ni fumar puros se.
Por eso aprendí.
Mire:
Paso No. 1
Primero corte, haga una incisión en la perilla del puro con su cortapuros de preferencia. (ni sé que eso pues, por eso se lo mando pa que usted me explique)
Paso No. 2
Después mantenga el fuego de la flama sin que esta toque el extremo de su puro y sin ponerlo aun en su boca, dándole un poco de calor y rotandolo ligeramente.
Paso No.3
Una vez que adquirió calor el extremo del puro, pongalo en la boca e inhale suavemente. Pero nunca permita que la flama toque directamente el tabaco, con un poco de paciencia y de practica podrá realizar esto con la mayor facilidad. (jaja)

Pero sabe qué Doña Karina que a ese wey le valió madre que haya yo abandonado mi libro en la recámara de Andrea y las repeticiones de Sony, le valió madre y me dejó por unos puros.
Estaba borracho, él no yo.
Aunque es retegracioso.
Baila como si tuviera una convulsión por altas fiebres.
Come como desesperado.
Tiene roja la espalda porque se la depila de vez en vez.
Ronca como la chingada y si me apendejo no me deja dormir.
Fuma a eso de las cuatro de la mañana y como loco el día entero.
Es bien caliente, siempre quiere cogerme. Siempre.
No deja de hablar de su mujer.
No sé por qué tiene interés en mí, creo que es mi carro... ¿me creé?
Ay amiga...
¿Y si me enamoro?
Ay amiga, no sé que hacer.
Mejor te sigo contando…
El otro día estábamos platicando y que se enoja pues, es que estaba yo escribiéndote y pos ya sabes me concentro el montón y que se enoja pues, quesque no lo pelo y que se va, así con un frío “ahí te ves”.
Ay Karina, doctora de mi corazón, confidente de mis secretos, cómplice de mis errores, no sé que hacer, por eso te escribo.
Pa que me contestes y me digas que hacer en este caso.
Dicen mis amigos que es una mala persona, que solo me quiere coger. Pos así son los hombres ¿no? Nomás nos quieren coger.
Amiga, espero tu respuesta, ya me voy porque mi madre no sabe que salí ya ves que se pone espesa.
Hartos saludos desde Chilpancingo.
Espero tu respuesta.

jueves, diciembre 23, 2004

Garrapatas a mi pesar

(Antes, debo de quejarme con la puta tecnología, el primer intento del siguiente texto se me borró, ahí va otra vez)

Subió como cuatro kilos desde la última vez que la vi.
En 17 días cumplirá siete años.
Como siempre, hoy y muchos ayeres me olió llegar.
Chilló.
Yo y mi clásico “¿Cómo estás princesa?”
Ella con el mismo tono de los últimos cuatro años y medio me reclamó con un chantajista quejido.
Ella parada sobre sus viejas patas en la solitaria y abandonada azotea viendo hacia la puerta de la casa.
Yo de pie mirando hacia arriba.
El intercambio de sentimientos se dio.
La extrañé mucho al principio.
Me extrañó mucho al principio.
Subió como cuatro kilos desde la última vez que la vi.
Sus patas se cubrieron de canas.
Su lomo, orejas, axilas e ingles de garrapatas.
Sus ojos aún brillan, pero ahora de lágrimas secas.
Su nariz raspada sangró todo el día.
Se mordisqueó el lomo un par de veces.
Cientos de garrapatas la están matando.
La Gorda.
Llegó a mi casa aquel martes nueve de febrero de 1998.
Medía como 15 centímetros.
Nació el 12 de enero de aquel 1998.
Negra crespo, con el pecho blanco.
Ahora con las patas canosas.
Pesa como 40 kilos.
Mide como un metro.
Camina igual, de lado, pero ahora lento.
Tiene un grano en el ojo izquierdo.
También, muchos granitos por las pinches garrapatas.
Desde que me fui, se quedó ahí sola en la azotea.
Cientos de garrapatas invadieron su obeso cuerpo.
Odio las garrapatas.
La lastiman.
La molestan.
La desangran.
Ella ya ni se queja.
Y le están partiendo la madre.
En el verano del 2000, ninguna garrapata en su cuerpo.
Hoy, invierno de 2004, cientos de garrapatas la están matando.
Están ahí solo para recordarme que la abandoné.
Hoy la bajé de la azotea.
Ella sonrió. Se me aventó. Se me acostó en el suelo para sobarle la panza.
Corrió a la calle.
La detuve.
La amarré a la reja de la casa.
Su cola dejó de moverse.
La metió entre las patas.
Una cubeta amarilla llena de agua fría se posó frente a ella.
Odia que la bañen.
La mojé.
La tallé.
En un arranque de coraje y tristeza le comencé a arrancar una a una las garrapatas.
Mientras yo las mataba con una piedrita del jardín, ella intentaba comérselas.
Una a una se las quité de su lomo y de sus orejas, hasta donde el asco me lo permitió.
Con la espuma le acaricié el cuerpo.
Me miraba con melancolía y desprecio.
Además de abandonarla, llego y la baño.
Ya no es lo mismo que aquel 1998, 1999 ó 2000.
Ya no nos queremos igual.
Dicen que antes cuando la bajaban a jugar al jardín corría desesperada a buscarme a mi cuarto.
Ahora ya no.
Sabe que ya no estoy.
Yo antes llegaba corriendo a la azotea a saludarla, a sobarle la panza y a darle de comer.
Ahora ya tampoco.
Aunque yo sí se que está.
La abandoné, aunque a veces la extraño.
Se sabe abandonada y de vez en vez me extraña.
Hoy fuimos otras.
Hoy renacimos por unas cuantas horas nuestro amor.
La paseé por la colonia.
Le compré una oblea grande, de esas de ostias de harina y cajeta. Si vieran como babea con el crujir de la envoltura.
Sonrió.
Se la atragantó.
Después me mandó un beso baboso y lleno de cajeta.
¿Qué remedio? Lo recibí y la besé de igual forma.
Hoy, ambas ya más viejas recordamos la primavera de 1998.
En 17 días cumplirá siete años humanos ¿Cuántos en años caninos?
Yo en 28 días cumpliré 22 años humanos ¿Cuántos en mi especie?
Hoy fingimos que nada pasó en los últimos cuatro años y medio.
Ella con menos garrapatas y con huecos sangrando caminó de lado y a mi lado.
Yo empapada de jabón, mugre y sangre caminé a su lado.
Ahora ambas tenemos garrapatas...
Ella en el lomo, orejas, axila e ingles.
Yo en el orgullo.
A pesar de eso... ella me amó como en aquel verano del 2000.
Yo la amé como en aquel verano del 2000.